top of page

EN DEFENSA DE LA BANDERA

¿En qué momento se estatizaron las banderas de las naciones? Nuestra bandera tiene su historia. Días de gloria de la nación y de recuerdo honrado en nuestra patria nos han llevado a cantarle himnos y cantos de respeto y unción. Mirar las banderas de otros países nos lleva a pensar más allá de sus políticos y estadistas, rememorando su historia y grandeza no solo en lo político, ni tan solo en lo económico, sino también en su ambiente, su cultura, su entorno y claro, su sociedad. Nos causa cierto hastío, ver que cada gobierno, uno tras de otro, en nuestro país, deshonra la bandera, piensa en cómo pisotearla al aplastar las manos de los empresarios, las comunidades, las organizaciones de la sociedad civil, los unviersitarios, y los hogares, cuando cobran impuestos y cortan los dedos al no devolver el equivalente en bienes y servicios públicos, instituciones o normas relevantes y productivas en términos de creación de bienestar. Nos causa vergüenza ajena mirar a los políticos y líderes de estado, uno tras de otro, entrar democráticamente al poder y salir a refugiarse en otros países y continentes, porque no tienen respaldo, o peor aún, entrar a la cárcel, usar grillete y escabullirse luego de haber sido los "abanderados" del país, mismo que les perdió el respeto, les niega la gloria, y les coloca en el pedestal del olvido, por haber estatizado la bandera y privatizado en su favor los beneficios por los cuales los demás tributaban vía estado mirándola a ella. Abundan hoy portales que nos toman, so pretexto del estado, nuestros datos personales, pidiéndonos que saquemos permiso hasta para respirar. La bandera está ahí, avalando la entrega de datos empresariales, comunitarios, de clubes deportivos, de centros académicos y de organismos internacionales. El Gran Hermano es el nuevo abanderado. Las autoridades no saben programar, por cierto, y no saben todo lo que puede valer y servir el tesoro de la información, que -sospechan- es poder (informático), pero que ellos mismos no pueden controlar, porque ellos personalmente no lo pueden controlar. Nos esquilman con la bandera, y nos defendemos con ella. Nos la ponen por delante para refrendar un título, para poder ejercer un cargo, para poder sacar adelante un negocio, para crear una fundación, donar fondos para una escuela, inscribir a los hijos en un colegio, con el fin de que podamos -supuestamente- gozar de paz interna y externa, podamos tener el permiso para operar, podamos desarrollar proyectos, o para incluso poder hacer -hasta- mingas, construir asociaciones estudiantiles, viajar a intercambios y apostillar que existimos según nos lo diga una cancillería. Es lógico que la ley nos pida algunos datos, pero no es justo que nos los pidan todos. Es lógico que haya permisos para tener actividades, pero no tiene sentido perder el tiempo. La política, las tomas, las células, y otras formas de resistencia se organizan desde colegios profesionales, foros, conflictos y otros elementos tradicionales que hoy pasan a las redes y tienen también su híbrido digital. En todo ello, no falta quien le pone la bandera a su plataforma, ya sea por dominación esperada o por libertad anhelada. La bandera se la disputan todos al unísono, pero no la levantan todos en cohesión. Quizá el problema está en que la dejamos estatizar. Todos tenemos derechos sobre ella; en la juventud le juramos amor eterno en la luz y en las sombras, y mil y una veces mantuvimos diálogos pensando en tener una sola bandera: la humana (no la de las Naciones Unidas, por cierto, aunque también puede ser aquella). Algunos podemos pensar en la bandera del Vaticano, o la bandera de un Club que trasciende fronteras y nos transmite un mensaje sin rostro, solo con historia de miles de cuerpos que la llevaron en su pecho con honor. Va siendo tiempo de volver a recuperar la bandera del monopolio que hace de ella el estado. No está mal que la usen los funcionarios, pero será mejor que esté presente en los bares donde se habla de política, o en los espacios naturales monumentales acompañando el paisaje, o en los espacios fundacionales y fundamentales de las artes, para que nos conectemos con otras formas de liderazgo no políticas, que no buscan un cargo ni una función pública, sino el dar una función espectacular, literalmente. Es hora de recuperar la bandera para la cultura y no para el ministerio de ella. Es hora de sentir con orgullo la bandera cuando viajamos porque nos sentimos respaldados por una economía con la que todos quieren hacer negocios e intercambiar finanzas, pues saben de la valía de su modelo y de su productividad, de su rigor, de su fortaleza, de la confianza, y de una marca país que nos antecede a la hora de llegar a la mesa de cualquier negociación de inversiones, sin necesitar un ministro al lado, sino una bandera sin rostro pero con alma. Va llegando el tiempo de socializar la bandera, y volverla de nuevo nuestro factor de unidad, sagrado y único, que nos aleje de los istmos enajenados y sus propias banderas y colores, para acercarnos por la vía tecnológica, encontrando nuestro ADN@+ en nuestra bandera, o en las banderas de todos los países en los que jugamos de locales porque somos transnacionales, o multinacionales, con múltiples identidades sí, pero con una sola bandera en cada territorio donde operamos con orgullo de pertenencia.

EN DEFENSA DE LA BANDERA
bottom of page