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57 = 19 x 3

Pedro y el 57


Por Roberto F. Salazar-Córdova

SERVIR MEJOR PARA SER MÁS...


Ayer nos encontramos en Santiago Pedro y yo.


Dos hijos de Manabí, sentados lejos de Manabí, mirando hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo.


En la mesa apareció, sin decirlo del todo, el eco de un cuento infantil: ese en el que un niño vive anunciando un peligro en el monte hasta que, de tanto exagerar, nadie le cree cuando el peligro es real.


No hablamos de eso literalmente, pero esa es la entrada adecuada para esta historia.


A este capítulo lo llamo “Pedro y el 57”.


El 57 es un número sencillo y, al mismo tiempo, una clave:

  • 57 = 3 × 19.

  • Tres veces 19 como tres etapas:

    1. el fin del colegio,

    2. el fin del poder tal como lo conocimos después,

    3. y el fin del fin del poder hoy, cuando las viejas formas ya no sostienen nada y todavía no cuaja lo nuevo.


Esas tres edades atraviesan nuestras vidas personales, la historia política del Ecuador y el sentido mismo de ADN@+.


Cerrar el colegio no fue solo graduarse; fue salir del espacio protegido donde se cocinaban las élites.


Cerrar el poder fue ver cómo se agotaban las fórmulas clásicas —partidos, caudillos, Estados centralistas—.


Y ahora estamos en la tercera edad: la del fin del fin del poder, cuando los que gritan desde el monte ya no convencen, pero el peligro y la oportunidad son reales y exigen otra forma de liderazgo.


En ADN@+ solíamos llamarnos entre nosotros con un apodo tomado del escudo de Loyola: la figura heráldica del cánido sobre la olla, símbolo de una casa que alimenta tanto que aún puede compartir con el resto.


Nos gustaba esa imagen: una hermandad que comparte pan, ideas y responsabilidades.


Hoy ya no podemos usar esa palabra con ligereza: un grupo criminal en Ecuador la tomó para sí y la llenó de miedo. Sin embargo, el símbolo que viene de Loyola es mucho más antiguo que cualquier banda; pertenece a la historia de la educación y de la fe, no al crimen organizado, y a ese símbolo seguimos siendo fieles aunque el lenguaje se haya contaminado.


En ese cruce entre cuento, número y escudo empieza el verdadero relato: el de nuestros padres, el del Colegio San Gabriel, el de ADN@+ y el de una apuesta andina que nace en Quito y se escribe, hoy, desde Santiago.


1. Dos padres manabitas en tiempos de café


La historia de Pedro y mía no comienza en Santiago, ni siquiera en Quito.


Comienza en Manabí, entre Jipijapa y Calceta, con dos hombres:

  • Carlos Salazar Sión, interventor socialcristiano en Jipijapa, en plena época en que la ciudad era la capital cafetera del Ecuador.

  • Ángel Rafael Hermógenes Zambrano Pazmiño, liberal, presidente del concejo en Calceta, en el cantón Bolívar.


Ambos encarnan la primera de las tres edades del 57: la de un Ecuador donde el poder local se ejercía a través de concejos, interventores y líderes territoriales que bajaban de Quito con formación fuerte y subían de provincia con legitimidad social.


En Jipijapa, el café generaba riqueza, pero la recaudación era débil y el vínculo con el gobierno central, tenso.


La figura del interventor municipal, nombrado desde la presidencia de Camilo Ponce Enríquez, aparece para ordenar cuentas, recaudar bien y convertir renta cafetalera en obras concretas. Esa fue la misión de Carlos, mi padre: dejar no solo cemento y polvo de construcción, sino también saldos positivos.


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En Calceta, el padre de Pedro, desde otra trinchera ideológica, enfrentaba un problema parecido: cómo transformar economías agro-comerciales en bienes públicos, cómo hacer que la política liberal no se quedara en discurso, sino en administración honesta.


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La segunda edad del 57 —el “fin del poder luego”— la vimos cuando las grandes narrativas que sustentaban a esa generación comenzaron a quebrarse: partidos que pierden su centro moral, gobiernos que ya no logran sostener un proyecto de largo plazo, élites que se desconectan de los territorios que dicen representar. Las obras quedan, las fotos quedan, pero el sistema que los hizo posibles entra en crisis.


La tercera edad —el “fin del fin del poder” hoy— es aquella en la que se desmoronan también las caricaturas que intentaron reemplazar ese viejo orden: liderazgos que gritan desde el monte, populismos de distinto color que prometen serlo todo y terminan dejando más fragmentación y violencia.


En ese contexto, recordar a nuestros padres no es un ejercicio nostálgico: es una forma de preguntarnos qué puede rescatarse de aquella forma de entender la política como servicio territorial.


2. San Gabriel: internado, escudo y redes


El puente entre Manabí y Quito se llama Colegio San Gabriel.


Gente de todo el país enviaba allí a sus hijos como internos: era el internado de la República.


La élite local de muchas localidades —no solo económica, también intelectual y profesional— enviaba a sus hijos a Quito a vivir bajo la disciplina jesuita.


Por esas aulas pasaron:

  • Camilo Ponce Enríquez y Sixto Durán-Ballén, que luego serían presidentes del Ecuador.

  • Mi padre, Carlos Salazar Sión, y mis tíos, internos manabitas en la capital.

  • Generaciones de jóvenes que después volverían como alcaldes, concejales, ministros, profesores universitarios.


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San Gabriel no era solo un colegio: era un sistema de redes GARCIANAS.


Dormitorios compartidos, formación religiosa, rigor académico, debates políticos, amistades que luego se traducían en coaliciones, campañas y nombramientos.


El escudo de Loyola con el cánido sobre la olla marcaba una ética: la casa que alimenta a tantos que aún puede servir más allá de sus muros.


Con el tiempo, esa relación se vuelve circular: fuimos alumnos, luego profesores allí.


Aprendimos, volvimos a enseñar, y en ese ida y vuelta se gestó la pregunta que está detrás de ADN@+: ¿qué significa, hoy, ser egresados de un colegio que históricamente formó parte de la columna vertebral del poder republicano ecuatoriano?



3. ARNE, socialcristianos y el agotamiento del viejo poder


Nuestros padres no solo compartieron colegio y provincia. También habitaron una arquitectura política muy específica:

  • Por un lado, el Movimiento Social Cristiano, antecedente del PSC, nacido precisamente del entorno san-gabrielino de Ponce y Durán-Ballén.

  • Por otro lado, la Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana (ARNE), movimiento en el que mi padre también militó, que terminó integrándose en la coalición que llevó a Ponce al poder.


La alianza entre socialcristianos, conservadores y ARNE fue típica de esa gran edad del 57: la época en que el poder se organizaba en torno a grandes bloques ideológicos, con Quito como centro y los cantones como espacios de despliegue.


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Ese ciclo también terminó. El fin del poder, tal como lo conocieron nuestros padres, llegó cuando:

  • las narrativas se vaciaron,

  • las organizaciones se burocratizaron,

  • y los territorios dejaron de sentirse representados por esas élites.


Lo que vino después —tercera edad— fue una sobreoferta de liderazgos de impacto rápido, afincados en el espectáculo, la polarización y la captura de símbolos. De ese mundo nace, por ejemplo, que un grupo armado se apropie del mismo apelativo con el que nosotros nos llamábamos fraternalmente, y lo convierta en sinónimo de terror, obligándonos a abandonar un lenguaje que no les pertenece en esencia.


4. ADN@+: del aula al territorio andino


En ese contexto, ADN@+ (ACCIÓN DIGITAL NATURAL SIEMPRE POSITIVA) nace como respuesta desde la memoria y desde la responsabilidad.


Entre exalumnos del San Gabriel, en Quito, comenzamos a preguntarnos:

  • ¿cómo convertir el capital educativo y relacional acumulado en una plataforma al servicio de territorios concretos?,

  • ¿cómo pasar de las aulas y los salones de reunión a páramos, cuencas, cooperativas, barrios, comunidades?


ADN@+ se funda con una lógica clara:

  1. Punto de partida: Quito y la experiencia educativa san-gabrielina.

  2. Primer campo de acción: problemas regionales en Ecuador, con énfasis en la Sierra y su articulación con Costa y Amazonía.

  3. Horizonte: toda la macro-región andina, desde Colombia hasta Chile y Argentina, porque los desafíos de agua, energía, carbono, pobreza y gobernanza se parecen más de lo que aceptan las fronteras nacionales.


El símbolo del escudo de Loyola —esa casa que alimenta— se traduce hoy en:

  • plataformas digitales para articular datos, proyectos e inversiones,

  • metodologías de diálogo entre sectores (público, privado, comunidades, academia, medios, inversores),

  • y proyectos concretos como Sierra|ANDES y la Red Santa Cruz de Inversores de Impacto, que buscan canalizar recursos hacia territorios andinos con criterios de corresponsabilidad.


5. Atahualpa, Quito y el eje de los Andes


Para pensar el alcance de ADN@+, la figura de Atahualpa funciona como GUÍA estructural. No se trata de idealizar un pasado imperial, sino de recordar que:

  • desde el eje Quito–Cayambe se articularon históricamente relaciones entre Sierra, Costa y Amazonía;

  • los Andes no son solo montaña: son también manglar, bosque seco, selva alta y baja, ciudades intermedias, puertos y mercados.


Nuestro trabajo parte de esa intuición:

  • Quito es el nodo educativo e institucional;

  • Manabí —con historias como las de Jipijapa y Calceta— recuerda la potencia económica de la Costa;

  • la Amazonía aparece como frontera ambiental y cultural, donde se juega una parte central del futuro del planeta;

  • y los demás países andinos son espejos donde se repiten patrones de centralismo, desigualdad territorial y disputas simbólicas.


ADN@+ quiere operar entre 58 y 76 esa cuarta edad post 57 —el fin del fin del poder— construyendo algo distinto: no un nuevo centro que lo controle todo, sino una red que conecte nodos, territorios y actores en torno a proyectos verificables y trazables.


6. Pedro, el 57 y lo que viene


Volver a vernos con Pedro en Santiago, a estas alturas de la historia, tiene sentido. Aquí, en otro país andino, reconocemos:

  • que venimos de dos casas manabitas que apostaron por la educación secundaria y universitaria en Quito,

  • que nuestros padres ejercieron el poder local en una época donde la palabra y la obra todavía se sostenían mutuamente,

  • que el sistema que los hizo posibles se agotó,

  • y que las caricaturas de poder que le siguieron también están llegando a su final.


El 57 —tres veces 19— es la forma numérica de decir que hemos vivido tres cierres y que nos toca ahora contribuir a una apertura distinta hasta los 75 y un año más, Dios mediante.


Ya no se trata de repetir la política de nuestros padres ni de aceptar sin más los gritos de quienes se adueñaron del monte. Se trata de recuperar:

  • la disciplina que aprendimos de los internos y los externos,

  • la ética de la obra bien hecha que vimos en nuestras familias,

  • y la intuición de que los símbolos —por más secuestrados que estén temporalmente— pueden ser devueltos a su sentido original cuando se los vive con coherencia, desde el ADN real, el siempre positivo.


Ésa es, en el fondo, la apuesta de ADN@+: convertir la memoria de Pedro y el 57 en una plataforma viva para los Andes.


No queremos sólo anunciar que algo viene; queremos ayudar a construirlo, desde Quito, desde Manabí, desde Santiago y desde todos los territorios donde todavía hay gente dispuesta a tratar el poder no como un botín, sino como una responsabilidad compartida.


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