1 de Noviembre. Mes de Nuestra Madre, la Virgen María

Imagina. Cierra los ojos. Siente.

El amanecer de hoy fue distinto.

El aire de la montaña tenía una claridad nueva y los cerros parecían orar con nosotros. Llegamos temprano, antes que la luz llenara el valle, y comenzamos con jaculatorias de bien —como debe ser — y rezando el rosario.

Noviembre es el mes de la Virgen, y cada Ave María en este mes suena distinto: como una respiración compartida. Las aves, quizá por ello, acompañaban el amanecer con su canto ensordecedoramente renaciente; el viento se movía suave, y la paz era total.

Después vino la meditación comunitaria sobre el Evangelio de Juan 11, la resurrección de Lázaro:

Las palabras de Jesús resonaron hondo.

Meditamos sobre lo que significa escuchar esa voz hoy: salir del encierro del miedo, de la rutina o del desánimo.

Sentí que Lázaro somos todos, y que Jesús sigue llamándonos por el nombre para que vivamos de verdad. Recordé al Padre Hurtado: “somos un disparo entre dos eternidades.” 

Entendí que cuando respondemos al llamado de Cristo, ese disparo se convierte en luz.

Las Bienaventuranzas de siempre quedaron vivas en la conversación. No como recuerdo, sino como impulso. Son la pólvora que despierta el alma:

Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.”

Te invito a meditar y orar.

Cuando terminemos la meditación, cantemos juntos.

Hoy lo hicimos así. Las voces subieron con la luz del sol que ya bañaba los cerros; después compartimos un desayuno sencillo, en camaradería, con alegría limpia y agradecida. Hablamos poco, pero todo tenía sentido: estábamos vivos, juntos, y en paz.

Salimos cuando la ciudad comenzaba a despertar. Los autos, los ruidos, la prisa… todo parecía distante. Yo me sentí distinto, renovado, sereno.